miércoles, 6 de julio de 2016
EL PERIÓDICO DEL SEÑOR TRANQUILO
Aquella persona era el arquetipo de la tranquilidad y la quietud, puro sosiego, flemático, calmado, paz en mitad de la serenidad, apacible, plácido, imperturbable, silencioso y seguro. Raramente le afectaba la agitación, la ansiedad, los aprietos, la comezón o confusión y el recelo unido a la desazón, huía de las emociones, impaciencias, incertidumbres, inquietudes o intranquilidades porque le producía un profundo malestar que llegaba al miedo o al nerviosismo, destruyendo su paciencia y perturbándolo a pesadillas y preocupaciones que lo arrastraban incluso al remordimiento, aniquilando su reposo y dando paso a resquemores, temores y zozobras.
Por eso no quería salir a la calle a comprar el periódico, temía alarmarse, asustarse, atemorizarse, acoquinarse, aterrarse y sobre todo recelar, sospechar y dudar. Las dudas no son buenas repetía, mientras elevaba su taza de menta-poleo algo fría y miraba con los ojos entornados a través de la cortina veneciana de su minúsculo salón. Recordaba que sobre veinte o veinticinco años antes, casi dudó una vez y qué consecuencias tan graves le produjo, tenía que decidirse entre seguir en su ático o alquilar el bajo del edificio, ya que el ascensor se había averiado y costaba repararlo una cuantía onerosa, enojosa, dispendiosa y abusiva, por no hablar de cara, que también, así que tras pensarlo 9 meses, 18 días, 43 minutos y 7 segundos, cuando había ya tomado una determinación, unos golpes en la puerta, seguido de los hachazos de los bomberos, se lo llevaron al bajo, desde entonces ni abría las ventanas, tampoco encendía la luz y muy raramente abría la puerta, porque de hacerlo para ir a comprar el periódico, quizás le volviesen los terrores, los sustos y las alarmas.
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