Se lo tengo dicho pero nunca me hace caso esta mujer. La culpa es del sargento O´hara, sí, y sobre todo por su afán que en los últimos años de la carrera de los patrulleros nos volvemos confiados, quizás tenga razón. Pero, de eso a torturarme con la sargento Sullivan va un abismo.
Yo ya no soy policía, ni siquiera pienso como un policía y la prueba es que he preferido quedarme en el patrullero mientras llueve. Me reconcilia consigo mismo ver caer las gotas mansamente sobre el cristal delantero y su golpeteo.
¡Yo únicamente quiero jubilarme! Me he rendido, no puedo acabar con la delincuencia de Los Ángeles ni descubrir la nacionalidad de las bandas, además no me interesa, he dejado de tener preocupación por lo que pueda ocurrir en las calles de mi distrito.
El Precinto no es malo del todo, en él me siento bien, casi consigo un puesto administrativo, un teléfono que contestar, un archivo donde acumular los casos y las pruebas pero los jóvenes nunca te escuchan: que si un poco de acción te mantendrá en forma, eres una institución en la comisaría, disparas bien y sabes convencer en las reyertas sin tener que echar mano de la fuerza. Justo todo lo contrario que Sullivan, ella lleva igualmente un uniforme impecable que el traje de noche más escotado: el mundo es de los jóvenes.
Por ahí viene con una bolsa de papel.
Mientras de reojo la miro, lentamente sorbo con la cañita de plástico verde el café en vaso de cartón y tapa de plástico.
¿Qué nos reservará la noche? Temo más por su afán de emular a Clint Eastwood que a todos los delincuentes del barrio. ¡En mala hora decidí hacerme policía!
1 comentario:
Jejeje...
Publicar un comentario