viernes, 16 de diciembre de 2016

-CAÍDA Y FRACTURA

- Hay que ver la de cajones que tiene una ambulancia se preguntaba el marido de aquella guapa mujer en el esplendor de su madurez, inmovilizada en un saco de material aparentemente sintético sobre la camilla, acompañada de su esposo que por mucho que miraba no conseguía orientarse en qué lugar estaba. Y lo buenas que deben ser las sujeciones de los cajones y elementos porque no hacían ruido alguno ni siquiera cuando superaban esos incómodos resaltos que los ayuntamientos han colocado calle sí calle no. El supuesto equipo medicalizado se reducía a un amable conductor que ponía lo mejor de sí mismo, habiendo visto reducido el equipo de tres personas únicamente a él. Recortes, repetía, recortes. Lo malo es que a bordo del supuesto vehículo medicalizado nadie sabía que se guardaba en aquellos cajones. La paciente que había resbalado y caído llevaba un informe de rotura de cadera e ingresó en el hospital de su ciudad, siendo atendida con toda celeridad y eficacia, pruebas diagnósticas y confirmación de la fractura con ingreso en la sala de Observación/UCI donde permaneció bastantes horas hasta que alguien dijo que dificultades de índole interno (huelga), mantenían cerrado los quirófanos y sería derivada a su hospital de referencia. Pasaron demasiados minutos y la ambulancia no llegaba, sus familiares se desesperaban sentados esperando noticias hasta que unas 7 horas más tarde una nueva ambulancia, con más cajones que la otra y unas luces estupendas la recogió y trasladó. Cuando se abrieron las puertas traseras de la unidad y el conductor le abrió al acompañante la noche ya se había echado sobre el cielo de la bahía de Cádiz, tomadas las notas oportunas de identificación fue trasladada a un pasillo que dejaba a su lado izquierdo salas de rayos y al derecho, asientos y ventanas. Al frente, prácticamente pegados a los asientos de los acompañantes cortinas que no permitían ver bastante bien las camillas pero impedían reconocer a los enfermos desde ellos. Las cortinas eran estrechas como de un metro y poco más y allí permanecían lamentándose otros pacientes en espera de ser visitados por los traumatólogos. Unos lloraban, otros callaban y alguno espantado no pronunciaba palabra. Una enfermera recogió la documentación de ella y dispuso que se aflojase la inmovilización de emergencia usada con mucha meticulosidad por parte de las auxiliares. Justo a la izquierda de ella, un operario se había roto el talón al caerse de un andamio en un accidente laboral y a su derecha, oía a otra mujer lamentarse por su mala suerte. Poliomielítica, aquella misma mañana al salir de su rehabilitación en una población serrana, la silla donde la lluvia o el freno o el freno y la lluvia o Dios sabía qué, la precipitaban contra la rampa a toda velocidad hasta volcar en la calle y fracturarse ambas piernas también. Todos, todos los enfermos y también los acompañantes separados únicamente por una cortina oíamos esos lamentos, mientras que los servicios médicos procedían a abrir vías e inyectar medicamentos. Fuera entraban más ambulancias con sus luces encendidas y sus conductores vestidos como bomberos de color amarillo y algunos de estos pacientes también se iban colocando en fila al lado de los anteriores. El marido de ella estaba horrorizado con lo que estaba viendo, los médicos desbordados, el personal acalorado y repitiendo que debido a la huelga de cierto hospital estaban desbordados, no podían dar más de sí mismos. De pronto ella, quizás por el miedo, puede que por la situación se le descompuso el vientre y avisó que no podía más, que no podía más y frente a una fila de asientos azules con acompañantes, la señora en el esplendor de su madurez, la misma que jamás había salido a la calle sin arreglarse y pintarse no pudo evitar que se le liberaran esfínteres del vientre en presencia de enfermos, personal, algunos acompañantes y pasillo que sorprendidos percibían un intenso olor a mierda que inundaba el pasillo. Me he cagado, me he cagado –dijo ella-. Se hizo el silencio hasta que una auxiliar se acercó para decirle que no se preocupase de nada, estaba en un centro hospitalario y eso ocurría a menudo. Los acompañantes se fueron apartando y en las camillas continuas se reanudaron los lamentos y los llantos. Fuera, hombres y mujeres taciturnos fumaban mientras paseaban en las inmediaciones de la entrada principal del hospital mirando hacia el suelo y hablando por sus teléfonos móviles. Comenzaba a hacer frío, se presentía temporal de poniente.

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