Por mucho que me presionen me resisto a colocar la bandera en el balcón, y no paro de recibir comentarios incisivos, me da lo mismo, soy fuerte, no será porque no recuerde la letra de aquel himno que nos hacían cantar en los años 60 en Sevilla, evoco perfectamente los primeros versos: Ardor guerrero vibra en nuestras voces/ y de amor patrio henchido el corazón/ entonamos el himno sacrosanto/ del deber, de la patria y el honor./ ¡Honor! Y cuando ya estábamos enfervorecidos cantábamos también aquel otro que nadie entendía: Soy un hombre a quien la suerte/ hirió con zarpa de fiera/ soy un novio de la muerte/ que va a unirse en lazo fuerte/ con tal leal compañera.
Todos uniformados con los zapatos de ante y suela de tocino, desfilando frente al graderío en Chapina. No entendía nada, sólo era un niño de 11 años que sudaba desfilando hasta en pantalones cortos, y mi única preocupación era no perder el paso, elevar los brazos al unísono de mis compañeros y procurar -eso era muy importante-, no olvidarme de la letras de los himnos, si lo hacíamos bien nos aplaudirían al pasar frente a la tribuna del estadio de la capital sevillana. De hacerlo bien, suponía chocolate marrón y terroso para la merienda. A veces me preguntaba por qué teníamos que cantar que éramos hombres que íbamos a unirnos con la muerte, la leal compañera, si apenas habíamos aprendido a vivir, nadie me respondió nunca y por eso no quiero colocar la bandera en el balcón ya que me recuerda otra extraña canción que decía: Yo no maldigo mi suerte porque minero nací/ Y aunque me ronde la muerte no tengo miedo a morir./ No me da envidia el dinero porque de orgullo me llena/ ser el mejor barrenero de toda Sierra Morena/ de toda Sierra Morena. Qué manía con morirse tenían entonces nuestros mayores, lo mismo les daba que nos matásemos en la legión o que un mal barreno nos despatarrase en una mina.
-Tienes que que colocar la bandera en tu balcón. Me insisten y les contesto ¿por qué? Si te gusta cuélgala tú, pero déjame tranquilo que tengo preparado una cosa muy chula, la bandera del oso panda. La única bandera que tiene al osito más tierno, pequeño y simpático, que no hace daño a nadie y únicamente se alimenta de brotes de bambú. Pero a pesar de todo estoy gafado porque tampoco podré ondearla al viento en mi balcón, con lo mucho que me gusta, es una pena, es un contradiós, pero lo que no puede ser no puede ser, vivo en un bajo.
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