El sol ilumina tímidamente la pizarra y el maestro advierte los churretes de tiza sobre ella, de modo que sin dudarlo se levanta para limpiarla antes que aparezcan los padres para la tutoría.
-¿Se puede? Preguntó una mujer que podría andar cercana a los cuarenta, viste una blusa blanca algo pasada de moda y vaqueros impecablemente planchados, el pelo recogido en un moño.
-Pase usted, supongo que se trata de la madre de Silvia, de mi alumna de tercer curso.
-Me tiene preocupada, le he pedido a la señora para la que trabajo permiso, no tengo mucho tiempo y me temo malas noticias ¿es así?
-Pues lamento mucho que lo sea. Mire ya sabe que nuestro barrio no es el mejor, convivimos con el desempleo, analfabetismo, drogas y lo que es peor la violencia se está también asentando es nuestras calles.
A Manuela le temblaban las manos escuchando y dos incipientes lágrimas asomaron en sus ojos
-¿En qué lío se ha metido mi hija? Estoy deshecha de preocupación, sé que pasa mucho tiempo sola debido a las muchas horas que trabajo de criada por muy poco dinero.
-El colegio tiene cámaras en las aulas señora.
-¡Mi hija trae buenas notas!
-Silvia es buena alumna, pone gran interés por aprender, pero...
-¿Pero qué ha hecho?
El profesor se pone muy serio, estornuda, se busca un pañuelo de papel, se entretiene con cualquier estrategia para no decirlo.
-Dígamelo. Implora.
-Los lápices, usted lo sabe.
-¿Lápices?
-Se lo mostraré. El maestro le muestra un vídeo donde aparece la niña afilando sus lápices de colores.
¿Lo ve?
-Dibuja mucho es buena niña, no tenemos ordenador ni móviles.
-Pues la psicopedagoga cree que es una prototerrorista, afila sus lápices ahora, pero en su mente le saca filo a unas catanas que serán sus armas futuras.
-¡No me lo puedo creer, es de locos!
-Créame señora la psicopedagogía es infalible, si lo dicen debemos creerlo.
Manuela se acerca a él para decirle.
-¿Tiene hijos?
-No.
-Lo sabía. Escúcheme con atención, mi hija es una niña normal, pero pobre, sin embargo usted es un psicópata, un canalla y un imbécil. Usted es un peligro para la sociedad, no me extrañaría que fuese un verdadero terrorista. Tras mirarlo de arriba abajo recogió su bolso y se marchó, pero al verse ya en el pasillo se volvió y desde la puerta gritó.
-¡Espero que esta misma tarde recoja sus cosas y no vuelva por aquí, y caso que lo haga, conocerá en propias carnes lo que es la violencia de mi barrio!
Sus zapatillas de mercadillo retumbaron como un estruendo buscando la salida, atrás el maestro permanecía derrengado sobre la silla de aquel minúsculo pupitre asustado sin saber qué hacer.
oooOooo
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