En aquel remoto reino situado en un lugar inexplorado entre los Pirineos y Gibraltar, reinó durante mucho tiempo un monarca italiano, hijo de otro que nunca lo hizo porque prefería alzar la mano a los tiranos y pescar corvinas en Estoril. Su hijo, un tal Juanca era muy juguetón y algo torpe, alto, cachondo y de ojos claros que se crió con otro tiranuelo de vodevil bajito y voz atiplada, quien por cierto, también tenía entre sus aficiones pescar corvinas en su yate, el tirano Paquito algunos días y Paquita otros, había desarrollado una eficaz llamada para los peces y cuando ya le habían peparados las cañas con su cebo se iba a la popa y ahuecando las manos decía: -Azorcaros, azorcaros, azorcaros. Parece que esta extraña llamada las ponía nerviosas, no solo a corvinas y a atunes sino muy especialmente a los buzos, los mismos que las mantenían en jaulas bajo el agua esperando que el tiranuelo apareciera y las enganchaban para que el pequeñajo se pudiese hacer la foto. De tanto repetir azorcaros, decidieron rotular el yate con el nombre de Azor. También entre sus aficiones estaba la de coleccionar huesos de santos y pazos, y aunque no había leído una novela en toda su vida, le echó el ojo al de una insigne escritora naturalista llamada Emilia Pardo Bazán. El lugar no podía ser más tétrico, pero al tirano le gustaba, dicen que llamó al alcalde y le expresó que ¡España! Le debía el pazo de la Pardo y que por cuestación popular (eufemismo de dámelo porque me sale de los cojones) se lo pidió. El alcalde, temblando, dijo a los vecinos: -Dos noticias tengo, una buena y una mala ¿cual os cuento primero la buena o la mala? Éstos, que estaban todos en la plaza del ayuntamiento haciendo cola y esperando para ser llamados al casting de la película Amanece que no es poco, allí estaban todos, no faltaba ni uno: el cabo de la Guardia Civil y los dos números con bigote; el cura; el boticario y su mujer; el negro que representaba las minorías étnicas; la querida del alcalde; la hija que era mayor que su madre; la puta por elección democrática; el ladrón y las bestias meapilas; la carnicera que enseñaba los pechos al servir los filetes; los labriegos que cantaban afinando mejor que Pavarotti; el tabernero; el cornudo; los amantes; el estudiante de la Vespa con sidecar en año sabático con su padre; los americanos con Gabino Diego; Manuel Alexandre; Fedra Lorente y Alonso; y hasta el suicida de la curva, en fin que no faltaba nadie, se reunieron en asamblea y decidieron que preferían en primer lugar conocer la noticia mala, de modo que el cabo de la Guardia Civil, que andando el tiempo se convertiría en José Zazatornil alias Zaza, se dirigió a la primera autoridad local para que explicara la mala. -La mala es que si nos negamos a entregar el pazo de Emilia Pardo Bazán al Caudillísimo nos va a caer del tigre porque se le ha puesto en los huevos quedarse con él.
Un gran murmullo se escuchó en la plaza y todos y todas decían: Oh, oh, oh...
Luego, el cabo indicó que por favor explicara la buena y así lo hizo el alcalde, que por cierto, aunque todavía no la había dicho era más fascista que Mussolini, Arias El Carnicerito de Málaga, Idi Amín Dadá, Stalin y Hitler, Pol Pot, Gengis Khan y el vecino del piso tercero A. Así que el alcalde tras abrazar a su querida -que estaba buenísima por cierto-, espetó a sus vecinos desde el balcón consistorial, porque pueblo con ayuntamiento sin balcón es una mierda de pueblo.
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Vecinos, no sólo tenemos que entregarle al invicto Caudillísimo el pazo, sino que debemos comprarle los muebles en IKEA y además montárselos con todo lo que eso conlleva, que hubiese preferido mobiliario de conventos pero ya tenía a las monjas durmiendo sobre el suelo porque su mujer los había vendido a coleccionistas americanos, además ya de paso están desmontando esculturas de la Catedral de Santiago para colocarla por las habitaciones, de camino viene también el brazo incorrupto de una santa para ponerlo debajo de la almohada.
-¡Qué asco! Dijeron todos. Agg, agg, agg....
Y así se entregó el pazo.
Hasta aquí como se realizó la donación al Caudillísimo, pero el negro, que lo era porque su padre había sido legionario en Fernando Poo y se había liado con su madre, a la sazón lavandera de un teniente de regulares desarrolló una venganza y la cumplió. Esperó que llegase el verano y llamó a un primo suyo, también negro, para que aprovechando que por entonces no se vigilaban las pateras y a los negros se les llamaba negritos y usaban sus cabezas para recoger donativos para el Domund, hizo venir al trompetista Serafin. Cuando llegó lo citó cerca del huerto donde nacían los amantes y preguntó qué debía hacer ya que le debía favores. El negro local le dijo que no se preocupara por nada ya que en la península eran tan pocos que la mayoría se hacían famosos y puso por ejemplo al boxeador Legrá y al cantante Antonio Machín. Se puso muy contento. Se le indicó la venganza y éste comenzó su show.
A la mañana siguiente sacó de su saco una vieja gramola y su trompeta y comenzó a tocar When the Saints go marching in, oh when the Saints go marching in. Oh, how I want to be in that number when the saints go marching in... Y los grillos comenzaron a salir de los lugares más insospechados, principalmente de las canaletas del suelo, irrumpiéndolo todo, entrando por debajo de las puertas, subiéndose a los alféizares de las ventanas, por las grietas fuesen grandes o pequeñas, escalando las farolas, ocupando las fachadas, entrando en las cocinas, subiéndose a los techos, entrando en la iglesia, ocupando el ayuntamiento, esparciéndose por los huertos y el puente, hasta llegar al pazo de la Pardo del Caudillísimo... y mientras tanto Serafin seguía con su tarareo: When the Saints go marching in, oh when the Saints go marching in...
Las fuerzas vivas avisadas por el alcalde fascista que estaba durmiendo la siesta con Fedra observó con espanto que todo el suelo estaba lleno de grillos y subían por las sábanas, y las carnes turgentes de su querida y las suyas propias, también los tenían. Cogió el teléfono y avisó al cabo Zaza y sus dos números.
-Se trata de una emergencia grillal, cabo. Dijo.
El cabo que era un hombre muy leído, como todos los cabos de la Guardia Civil, respetuosamente preguntó que los estados de emergencia los conocía muy bien, pero de emergencia grillal era la primera vez que lo oía, trataría de documentarse en la biblioteca de Santiago. El alcalde se lo impidió y ordenó detuviese a Serafin. El cabo, también respetuosamente, le recordó a la primera autoridad local que ese señor no había conculcado ninguna ley ni normativa, nacional, autonómica o local, por lo que no podía hacerlo. Caminar por la calle cantando en horas donde no hay prohibición expresa ni se impide el descanso de los vecinos no era ilegal, aunque si se lo permitía, podía hablar con él e intentar llegar a un acuerdo, la relación causa-efecto entre canto y grillos no estaba demostrada científicamente.
Serafin se paseaba por todos lados y el pueblo entero y su término municipal estaba lleno de grillos con su cri-cri-cri.
Mientras tanto, el negro malvado al que le impedían yacer con su novia por ser negro se retorcía de risa y de cachondeo, la estaba formando y por nada del mundo quería que parase aquella situación.
Tuvo el alcalde que convocar asamblea y preguntar a pueblo qué hacer. Contestaron que no cabía otra cosa que pagarle al trompetista para que se fuese a tomar por donde amargan los pepinos y se llevase los grillos a otra parte. Accedió el alcalde contra su voluntad, porque era de camisa negra y preguntó al trompetista cuánto quería, éste le dijo tal cantidad que se llevó las manos a la cabeza porque ya iba invadiendo toda la provincia y se iba para Madrid. LLamó al Subdelegado del Gobierno primero, luego al Delegado y más tarde al Ministro, pero e trompetista quería hablar con el rey en persona.
-¿Con el rey dice, eso es imposible?
-Vale, le llenaré de grillos La Zarzuela, las motos, los coches, los aviones, los bancos, las novias, todo se lo llenaré de grillos y así lo hizo.
-¿Las novias también?
-Por supuesto. –Dijo el trompetista Serafin.
Juanca ante la gravedad, le dijo a una novieta que tenía en la tele que se estaba poniendo la cosa muy fea y cuando el rey decía eso, es que se estaba poniendo muy fea la cosa. Finalmente el italiano accedió.
El trompetista había conseguido todas las comisiones del Ave a La Meca, las tarjetas opacas, los dineros escondidos en Suiza, también las donaciones de los empresarios y además exigía su ropa y su calzoncillos, lo quería dejar en cueros. Un asesor que era Teniente General, que son gente muy lista, indicó a Juanca acceder y luego acabarían con él como si hubiera sido un accidente. Cuando el trompetista tuvo todo lo que había exigido, sacó de su saco otro disco y lo puso en la gramola. Uno de pizarra de Los Amaya:
Vete, me has hecho daño, vete
Estás vacía, vete
Lejos de aquí
Vete, no quiero verte,
vete
Con tus mentiras, vete
Lejos de aquí
Da, da-da-ra-da-da-ra
Da-da-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra-ra
Y así todos los grillos fueron desapareciendo lentamente y el reino siguió con sus corruptelas como Dios manda. Lo malo fue que de la misma forma que sus cuentas se llenaron, la banca se lo quitó todo por orden del rey campechanísimo, observando también que cuando el trompetista al subirse en su Seat Panda que tenía mil ruidos, no oyó nada y esto lo escamó, se bajó y advirtió que en los bajos el CESID de Villarejo habícolocado una bomba cañailla. Rezó unas oraciones y desde entonces el rey está exilado donde se hace más calor que en las sartenes friendo acedías,
y nosotros andamos con máscaras porque ya no nos fiamos unos de los otros.
ooooo00ooooo
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