miércoles, 29 de marzo de 2017

AZUL DE METILENO EN EL AEROPUERTO

Lo chungo de estar llegando a viejo es que el pasado toma vida de nuevo y te invade en cualquier momento, así estaba leyendo el relato de Javier Parra de Santiago "Una meadita", cuando tomó vida lo que me aconteció en el Aeropuerto del Prat. Por entonces andaba yo malo de la uretra y era tan joven que algunos espejos se negaban a borrarme de su azogue, pero no andaba para muchas fiestas, había visitado el hospital del Puerto, propiedad de un famoso forense que se paseaba por ahí conduciendo Cadillacs de colores pastel,.

Quemado de verme hacinado allí, pasé a Cádiz donde un joven urólogo me recomendó que viajase a Barcelona porque por aquí poco podían hacer por mi. Y eso hice, peregriné por las consultas de las eminencias catalanas, quienes tras enterarse de mi diagnóstico procuraban dejarme en otras manos. No nos arredramos y casi a mano armada de billetes convencimos a uno en buena hora, mientras tanto adelgazaba peligrosamente y barajé el quitarme de en medio y algún amago hice en ese sentido, que por esto o aquello no fructificó. Pero Barcelona es Barcelona, me estudiaron y operaron. Nací de nuevo y tras la convalecencia volví a la bahía.

Y en esas que andaba muy medicado leyendo la revista Poesía me entraron ganas de mear, sin recordar que uno de los medicamentos que tomaba era azul de metileno, un antiséptico que se usan en los laboratorios por su capacidad de teñirlo todo. Contento y feliz por mi operación, me dirigí a los baños de caballero que se ubicaban entrando en el gran hall del aeropuerto, justo al lado de una preciosa gran escultura móvil colgada del techo, al final del paramento derecho y casi pegada a las escaleras al primer piso. Tuve suerte, los operarios de la limpieza acababan de retirar el cartel de ocupado. Todo estaba inmaculado, a mi derecha seis urinarios de pared hasta el suelo de la mejor serie de Roca, a la izquierda los lavabos y al fondo, las cabinas de inodoros. Yo desbordaba alegría, podía mear y todo estaba tan limpio, me desabroché los botones de la bragueta, me la saqué, cerré los ojos y apreté los labios porque sabía que al principio notaba un picotazo muy desagradable fruto de la operación, pero como hubiese actuado el mismísimo Capitán Trueno, me dispuse a mear y meé a gusto. No sabía que mientras tanto habían entrado otro par de personas al lavabo, uno se colocó a un par de urinarios por mi izquierda y el otro, se estaba lavando las manos detrás mía, mirándose en el gran espejo que cubría toda la pared y donde podía verse a quienes orinábamos de espaldas. De pronto oí un gritó y abrí los ojos, el que gritaba era el que se lavaba las manos y me señalaba y luego otro grito, éste del hombre que meaba a mi lado. Yo no entendía nada, me quedé mudo, asustado, sin saber qué hacer, todavía con la minga fuera, me separé del urinario y trataba de comprender qué les pasaba. Me señalaban gritando y se marcharon huyendo. Volví la cabeza y lo comprendí todo, cuando meaba me había estado moviendo y la orina teñida de azul había manchado todo el paño y hasta yo mismo me asusté. Comencé a reírme, ya me daba lo mismo, posiblemente pensaran que se habían dado de cara con un extraterrestre que meaba azul.

No me extrañaría que uno de ellos fuese Eduardo Mendoza y de ahí sacara la idea para escribir Sin noticias de Gurb.

No hay comentarios: