martes, 28 de marzo de 2017

ME ARRANQUÉ Y ESCRIBÍ EN LA TABLET

Podríamos haber estado escribiendo un relato Javier Parra de Santiago, Julio Malo de Molina y yo, sentados en las escalinatas del muelle de las Alfandegas Reais en Lisboa, anotando en la tablet y viendo acercarse y zarpar a los ferris para Calcinhas y Montijo, mientras Julio bosquejaba algo entre los adoquines con una tiza que había encontrado en cualquier parte. No demasiado lejos, dos negros, posiblemente angoleños o brasileños o puede incluso que de Chamartín, eso no lo sabrá nunca nadie, vendían jerséis de lana blanca y basta a los turistas que los miraban y remiraban, preguntaban los precios, los sacudían, negando con la cabeza. Así que en un momento dado quizás dije por qué no lo escribíamos sobre el urbanismo del Marqués de Pombal, ya que estamos aquí. Se hizo un silencio masticable, qué digo masticable, auténticos Damel de los que sólo se compraban los domingos. Julio intentó hablar pero Javier se adelantó para decir: ¿pero tú quieres hundirle la carrera a nuestro amigo y que lo expulsen del partido? -Para seguir recostado contra las escaleras y subir un poco la pierna, porque entre entrada y salida de los ferries, se formaban olitas que me recordaban a las que hacen las madres con las manos para refrescar a sus bebés en las piscinas de plástico bajo el Balneario. -¿El Marqués de Pombal dices? -Intervino Julio, no me desagradaría que el relato fuese por ese rumbo -sabido es que tiene aficiones mareales- y de berberías hubiese añadido yo. Me arranqué y escribí en la tablet que aquella mañana un maremoto (todavía no se había inventado la palabra tsunami), entraría por la desembocadura del río Tejo, que es como llaman los lusos a nuestro humilde Tajo, y asolaría lo que luego fuera la Gran Praza del Comércio, destruyendo y arrasándolo todo, los gritos de espanto fueron acallados por el derrumbe de los edificios y el propio estrépito del fenómeno. Igualmente ocurría ese mismo instante en Agadir, Cádiz y El Puerto... Y en ese momento preciso, quizás interrumpiera el negro que nunca sabremos si era angoleño, brasileño o de Chamartín, ofreciéndonos comprar unos de sus jerséis de lana blanca y basta.

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