Conforme pasaban los días se le iba haciendo cada vez más difícil comprender cómo su amigo ganaba más y más adeptos escribiendo y cantando las chorradas y barbaridades que se le venían a la cabeza, sobre todo entre el público comprendido en el estrato medio alto y los rebeldes sin causa, por eso se dirigió nuevamente a él y le dijo.
-Aparta esa botella de scotch y deja de fumar un rato porque esa actitud destructiva de la que has hecho una religión acabará matándote Charles.
-Ojalá sea mañana o mejor esta tarde -, para sumirse en la liturgia de la preparación de otro cigarrillo que inundaba la sala de evocación a Ketama, allá en el sur, y colocarse con los pies hacia arriba contra el cabecero de la cama y frenarse con la almohada.
Nuevamente no hacía caso a nada, aunque tras darle dos o tres o cuatro bocanadas a su canuto agarró la libreta de anillas y el boli barato para escribir sus paridas.
-Me las piden, la gente quiere que les mienta, que les cuente todo aquello que ellos piensan y se niegan a reconocer, no invento nada, soy su conciencia, no tengo escrúpulos y escribo desde lo que soy un inadaptado, una cagarruta.
La luna iluminaba débilmente el salón, los vasos sucios se amontonaban en los senos de los fregaderos y en la nevera, únicamente podía encontrarse un par de limones, media pizza barbacoa en su caja de cartón y quizás algo de chocolate intenso, eso era todo lo que comía. Ah, también guardaba en el congelador la yerba. Fue entonces cuando su amigo se acercó y le dijo.
-Si tu público supiese que eres un despojo humano te abandonaría inmediatamente.
A lo que Charles contestó sin abrir los ojos.
-Te equivocas, la estética del perdedor es lo que más se admira en el arte, por eso insisto por este camino de perdición.
Y el Bukowski le indicó con el dedo índice de su mano izquierda que cerrase la puerta tras de sí.
Yo sabía que estaba conociendo a uno de los puntales de la generación, lástima que estuviese destruyendo su vida por el éxito. En aquella habitación se podía caminar por una alfombra de libros, decía que el papel es el mejor aislante para el frío y a él le gustaba caminar descalzo. Fuera, al salir del portal, la calle permanecía en silencio, las farolas recortaban su luz sobre los autos, un gato le miraba agazapado entre los contenedores de basura y alguien fumaba asomado desde una ventana. En el tocadiscos Jim Morrison cantaba Riders on the Storm y Ray Manzarek era el protagonista con sus baquetas.
Taxis seguro que ya no pasarían a esa hora por allí, así que no le quedó otra que subirse la solapa de su abrigo y encogido de hombros por el viento y el frío, que le obligó a meterse las manos en los bolsillos, descubrió que allí permanecía aunque arrugado el canuto que le había robado al Bukowski. Lo encendió.
En ese momento llegó el camión de la basura con su estruendo de siempre.
EL BUKOWSKI, EL DYLAN Y EL DOC
Mimetizado por las buganvillas de la delegación en la ciudad del Instituto Smithsonian y guarecido convenientemente por los contenedores de basuras, el Dylan con la vieja guitarra a la bandolera, permanecía observando la puerta altamente iluminada de Urgencias, demacrado y nervioso, mirando alrededor por si aparecía la pasma y lo detenían nuevamente. Sabía que por allí tarde o temprano debería salir el Doc de su turno. Por aquella puerta solo se entraba en ambulancia o algún vehículo privado muy de vez en cuando y un chorreo de enfermeras y celadores sin quitarse las batas por el frío entraban y salían.
Se había colocado estratégicamente para no perderse al Doc que ya tardaba bastante hasta finalmente reconocer su figura dibujarse bajo el dintel de las puertas automáticas, pararse y mirar a ambos lados de la avenida, el sanitario se subió la capucha de su sudadera y se dirigió hacia su Vespa. En ese momento, notó que algo pasaba y nuevamente se detuvo para escrutar la valla de enfrente de izquierda a derecha, la misma que permanecía semioculta y que la luz del hospital no conseguía iluminar, aunque no acertaba a ver qué ocurría sentía que algo estaba ocurriendo, sentía un pálpito, una desazón, hasta que lo vio, allí estaba el Dylan que se escurría entre los grises contenedores dirigiéndose hacia él.
—Qué ocurre tío, ¿qué ha pasado?
—El Bukowski.
—¡Joder con el Bukowski, siempre dando por culo! ¿Qué carajo le pasa ahora?
—Le ha dado un chungo.
—¡Un chungo! ¿Y eso del chungo qué mierda es?
—¡Un chungus!
—¿Será un ictus?
—Debe ser eso, un ictus de esos que los médicos decís.
—Los médicos dicen eso y muchas cosas más, yo soy radiólogo y me limito a mirar radiografías, negativos del interior de la gente. ¿Qué ha sufrido un ictus el Bukowski dices?, ¿Cuándo, ¿dónde está, cómo se encuentra?
—No está muy bien, al salir de tocar en el metro de Picadilly Circus me acerqué a verlo a su casa para fumarme un peta y encontré la puerta entornada. Me extrañó y entré, no lo encontraba, así que lo busqué por el apartamento y estaba desnudo en la bañera babeando y medio ido.
—¿Cuándo ha ocurrido?
—No te lo puedo asegurar, quizás como hora y media.
—¡Hora y media Dylan, sin atención médica! ¡Cómo sois los marginales! —, el Doc buscó su teléfono móvil y marcó el 333 de Urgencias para enviar una ambulancia medicalizada al domicilio del Bukowski e indicó al Dylan que subiera a su moto porque debían marcharse inmediatamente para allá. Cuando llegaron la ambulancia ya estaba allí atendiendo a una ciclista que había sido atropellada a escasos metros del portal. El Doc se acercó a ellos y les preguntó si habían atendido ya al Bukowski y le dijeron que no, al llegar se encontraron con el accidente y lo estaban atendiendo, pensaban que se trataba de esa emergencia. El Doc les dijo que un traumatismo podía esperar, que le suministrasen un analgésico, pero arriba una persona parecía haber sufrido un accidente cardiovascular agudo y se encontraba en la bañera desnudo según le había informado la persona que llevaba en su moto. Subieron con él.
Arriba se encontraron al Bukowski en la bañera como había indicado el Dylan intentando con la mano izquierda encender un canuto si bien le resultaba imposible accionar el encendedor, cuando los vio quiso expulsarlos de su casa, de su boca no salía ningún sonido y sus extremidades a excepción del brazo derecho no le respondían. Inmediatamente los paramédicos le abrieron una vía y trasladaron a la camilla cubriéndola con una sábana para llevarlo al ascensor, no cabía, de modo que lo sentaron en una silla de su comedor y así lo trasladaron al hospital.
Mientras tanto, el Dylan aprovechó para recoger todo el cannabis que había y metérselo en sus bolsillos. En ese momento el Doc advirtió lo que estaba haciendo y se dirigió a él.
—Abre el congelador que allí guarda el Bukowski la yerba, tómala ya que por un buen período de tiempo no podrá fumársela, si es que sale de esta y no te olvides que la mitad es mía.
Fuera uno de los paramédicos cerró el portón trasero de la ambulancia y anduvo hasta subirse por la puerta derecha donde permanecía ya preparados enfermero y médica.
—Tira rápido —, dijo la médica que encendió un Rothmans y aspiró una fuerte bocanada.
Las luces de la ambulancia y su sirena rompían la serena quietud y silencio de aquel barrio de ricos.
—Dylan me estás tocando los cojones. Dame la mitad del costo ahora mismo y no me tutees más que eso solo lo podemos hacer los médicos ¿vale? Así que suelta lo que tienes y búscate la vida.
—Eres tela de chungo tío, ¿no me dejarás aquí de noche solo en esta urbanización de pijos?
El Doc lo mira con conmiseración y se sube a la Vespa, le da una patada al arranque y no va, le da otra y otra, se vuelve al Dylan para decirle.
—Anda empuja la moto que no vales para otra cosa—, lo hace, consiguen arrancarla y se van los dos porque entre ricos y de noche lo mejor es largarse cuanto antes que o te denuncian o te buscan faena, mala gente.
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