viernes, 28 de marzo de 2014
LAS ESPADAS DE LOS CALIFAS
Lo bueno de la infancia es que se necesitan pocos medios y con cuatros cosas te inventas un teatro. Antes era más sencillo ser lo que quisieras en cada momento y las profesiones se identificaban por las indumentarias, todos sabíamos que los guardias llevaban una porra y por eso les llamábamos los guardiaS de la porra, para ser médico no era necesario estudiar sino únicamente una bata blanca aunque fuera de carnicero, el atuendo te guiaba en la dirección de la profesión elegida, si te ponías un pañuelo de tu madre o una bufanda en la cabeza ya eras califa moro y los califas moros mandaban mucho, todos debían inclinarse ante ti porque eras el califa, el más grande de la historia y del mundo. Yo he sido califa muchas veces.
Mis amigos preferían ser reyes cristianos y se buscaba la tapa de una cacerola para pintarle con tiza una cruz, nosotros los califas moros no necesitábamos eso, nuestra presencia imponía mucho, éramos califas cordobeses. El único cristiano que me caía muy bien era uno que decía ser un tal Capitán Trueno siempre acompañado por un chiquillo de pelo largo y un grandote mal encarado, Crispín y Goliath se llamaban. El Capitán Trueno no luchaba solo contra los moros, luchaba contra la maldad y la tiranía, lo mismo estaba en la India salvando a una maharaní que preso con sus compañeros por haber osado enfrentarse a cualquier malvado. Tenía novia, muy guapa, rubia con los ojos azules y era princesa del brumoso país de Thule, ella amaba al Capitán y éste la amaba a ella pero nunca se besaban porque andaba siempre por allí otro que también se las daba de príncipe y se llamaba Gundar que no le parecía bien. Ahora que lo pienso ni Sigrid ni Gundar debían ser cristianos, por la iglesia pasaban muy poco. El Capitán Trueno y la princesa Sigrid de Thule creían firmemente en la castidad, posiblemente sean santos de cualquier templo.
Para luchar se necesitaba una espada y había que fabricarla, se cogía una tabla finita y un cachito más corto, clavábamos una puntilla e inmediatamente se convertían en la espada, la cimitarra o el sable más reluciente ya estaba en tus manos y nos íbamos a luchar. Pero había que pactar previamente cual de nosotros ganaría porque alguien tiene que perder y eso hay que negociarlo, no le puede tocar siempre al mismo.
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