viernes, 28 de marzo de 2014

LAS GABARDINAS

Creo que ya he dicho antes que la indumentaria te inclina a la profesión, eso que alguien me copió diciendo que el hábito hace al monje. Cuando tenía 10 o 12 años tenía el mismo amigo que tengo ahora, eso muy pocos lo pueden decir y nuestras madres nos compraron unas gabardinas. ¡Qué gabardinas más chulas nos compraron! Y también botas de agua, imaginaros a dos niños vestidos con sus gabardinas y sus botas de agua y además lloviendo, en un pueblo del sur asolados por los vientos de Poniente en invierno. Por entonces las pelis que veíamos en el Teatro Principal eran de un francés que se llamaba Jean Louis Tritinang y nos gustaba una peli titulada Los 400 golpes. La peli era para mayores con reparos pero nosotros vestidos con nuestras impecables gabardinas éramos imparables en las taquillas, no temíamos a portero de cine alguno. Nos escrutaban y nos decían que si teníamos ya el carnet y nosotros sacábamos un mondadientes y nos lo poníamos en la boca. Eso lo habíamos aprendido en muchas películas de gánsters americanas. Movían la cabeza y eso significaba que podíamos entrar y a temblar en el cine. Cinema Paradiso. Alfredo, Alfredo, Alfredo... Qué seríamos sin el cine. Menos mal que el cine nos rescató del aburrimiento. Pero no nos quedamos en ver cine negro vestidos con nuestras gabardinas, con la paga semanal nos compramos unas libretitas y unos bolis BIC de punta gruesa y nos turnábamos mi amigo y yo, anotando las matrículas de los coches por las calles solitarias, mientra
s la lluvia arreciaba sobre nuestras gabardinas y siempre procurando que no se mojaran las libretas. Esas matrículas eran los indicios de los nuevos casos que tendríamos que resolver como buenos detectives que éramos. Al volver a casa siempre lo mismo, mi madre me reñía porque llevaba el pelo mojado y tras secármelo con una toalla decía para sí, este chiquillo siempre con sus fantasías.

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