domingo, 6 de diciembre de 2015

WASHINGTON PÉREZ

Su madre le puso de nombre Washington una lejana mañana de diciembre en que recibió una postal nevada del Capitolio, de eso hacía ya bastantes años y desde entonces, seguía fregando platos y suelos de aquel infesto Donald´s BBQ a las afueras de Rota. Posiblemente su madre hubiera llegado a ser una bella mujer, de no haber estado media vida lavando ropa de trabajo de los norteamericanos de la base aérea de Morón de la Frontera y de Rota y de noche, sentarse en los taburetes del Happy Hour Club. Su piel puede que fuese mulata, eso era difícil de determinar, pero el constante sudor por tanto ajetreo, le había ido impregnando de una pátina que sorprendía y enamoraba. Era pobre y raramente miraba a los ojos. Washington Pérez había nacido entre el vestíbulo número 3 de entrega de equipajes y el Puesto de la Guardia Civil de Fronteras del Aeropuerto del Prat, allí nació y atendieron a su madre un hippy de Ibiza que pasaba de los 60 años y una auxiliar de enfermería rumana, en el suelo, porque en los vestíbulos de equipajes nadie coloca asientos. Aquel nacimiento resolvió el problema de ciudadanía que estaba volviendo loca a su madre. La jugada le salió bien, aquella mujer gordita embarcó en un avión de Cubana en La Habana con una carta de reclamo de su supuesta prima Hemilce María y un embarazo de 9 meses, toda una locura. Ni los aduaneros ni la policía se fijaron en su estado más preocupados por seguir en la radio el partido de baseball entre La Habana y Cienfuegos. Una vez en el avión, aparte de levantarse cada hora para ir a orinar, miraba con hambre aquellos sándwiches de pavo que las aeromozas llevaban y traían por la aeronave cobrándolos a precio de oro. Ella no comió ninguno pero no pudo evitar pedir 3 botellas de agua, posiblemente el agua más cara que pagó su madre en vida. Rompió aguas en el avión pero se puso entre las piernas la almohada que habían repartido y, lentamente, atravesó el largo pasillo de lo que llaman finger y luego con arrestos y la ayuda de la Madrecita de Santa María del Cobre, bajó los escalones hasta la cinta transportadora que la llevaría al lobby de entrega de equipajes internacionales. Ni a la auxiliar de enfermería rumana, ni al hippy que decía haber trabajado de celador en un centro de salud de Castellón, les dio tiempo a nada, la mujer se desvaneció y fue cayendo a cámara lenta al suelo. El hippy se horrorizó cuando tuvo en sus manos una masa sanguinolenta y muy caliente que luego resultó ser una almohada de vuelo y todavía se asustó más, cuando comprobó que la madre permanecía sin conocimiento en un charco de placenta y sangre. La auxiliar, más experta, levantó las faldas y descubrió entonces al niño que parecía en buen estado, procedió a cortar cordón umbilical con los dientes, momento en que Washington lloró por primera vez. Helga Consuelo Pérez despertó sobre una mesa de atestados de la Guardia Civil, con su cabeza entre la impresora y el monitor, mientras que el sargento a punto de retirarse la miraba boquiabierto y gritaba en el puesto órdenes inconexas: -¿Quién coño ha puesto a esta tía encima de mesa, estáis tontos o qué? Mirad como me está poniendo todos los informes. Y cuando esto decía, iba cogiendo con dos dedos los papeles de denuncias y tirándolos a la papelera con muchísimo asco. -Era una emergencia mi sargento. Contestó Narváez, un ingeniero de caminos que harto de no encontrar trabajo opositó para guardia civil de la escala básica. -¡Ni emergencias ni carajo, cualquiera sabe de dónde mierda es esta tía y las enfermedades que trae! Eres tonto del culo Narváez con tanta ingeniería que sabes. ¿Se ha llamado al médico del aeropuerto? -Está de camino mi sargento. Y cuando decía esto apareció en el dintel de la puerta una muchachita muy joven con un piercing en el labio inferior y un chaleco amarillo con una cruz roja. -¿Dice usted que se desmayó y la atendieron unos pasajeros? –Preguntó la recién llegada mirando sorprendida a la mujer despatarrada sobre el escritorio del jefe de turno de la Guardia Civil y todo pringado alrededor. Narváez asistió con la cabeza. La chica del piercing tomó el pulso y pidió una botella de agua y toallas de papel del baño, la fue mojando y colocándola sobre la cabeza de la madre de Washington, luego la exploró por abajo asintiendo favorablemente. ¿Quién la ha atendido? –Preguntó. -Una auxiliar de enfermería rumana doctora.- ¿Auxiliar dice usted guardia? Ya quisiéramos tener médicos tan buenos como esa mujer. Es toda una especialista. ¿Dónde está el niño? -Lo lavó y preparó, ahí nos lo ha dejado bien arropado sobre esa silla esperándola a usted. Mientras exploraba al pequeño Washington comprobando la pulcritud de su colega rumana preguntó el nombre de la madre. -Helga Consuelo Pérez es su nombre doctora. -¿Nacionalidad de la madre? -Cubana. Se volvió la doctora y dijo: ¿sabrán ustedes que este niño es español? Y lo es por haber nacido en suelo español, en cuanto la madre se recupere un poco procederé a confeccionar el certificado de nacimiento del que les daré copia para que informen al Consulado Cubano y al Ministerio del Interior del nacimiento de este niño. Voy a asearme un poco y en cuanto la madre se recupere algo de su cansancio lo inscribiré con su nombre. Los guardias civiles intentaban con cierto respeto que la mujer abriese los ojos y atendiese para su traslado a la ambulancia pero no lo consiguieron, llegaron el conductor y el enfermero y procedieron al traslado de madre e hijo al hospital de referencia. Cuando la introducían en el vehículo, la doctora les indicó que apagasen las luces y la sirena, necesitaba reposo pero la emergencia había acabado. En ese momento Helga Consuelo trató de reincorporarse para decir algo. La doctora se acercó a ella y le dijo: -No se preocupe que su hijo ha nacido perfectamente, ha parido usted un varón muy sano. Enhorabuena. ¿Por cierto, cómo quiere que se llame para que pueda cumplimentar mi certificado de nacimiento? Helga la miró con los ojos entornados, somnolienta, muy abatida y cansada. -¿Nombre dice usted? ¿Es niño? –Preguntó. -Es niño y pesará sobre los 4 kilos, en el hospital mis compañeros lo reconocerán con mejores medios que yo, puede estar tranquila. La cubana sonrió y cerró los ojos para decir: -Si es niño se llamará Washington, Washington Pérez, como aquella postal que recibí hace años…

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