viernes, 28 de abril de 2017
ROMA
Caminaba Vía Condotti abajo mirando las tiendas más exclusivas del mundo. Me sorprendió que sólo los turistas nos parásemos a mirar los inmensos y solitarios escaparates, donde un bolso y un par de zapatos era lo único que se mostraba al público.
Algún coche subía la calle muy de tarde en tarde y uno se paró delante de la tienda donde estábamos, inmediatamente altos y jóvenes y guapos chicos, se colocan en las puertas y ayudan a las señoras a salir, sin mediar palabra, éstas les entregaban las llaves de su vehículo para que los aparquen y no se contaminen de nuestras miradas. Interesado, me acerqué a uno de aquellos escaparates y comprobé que en la inmensa tienda, cerrada, decorada con grises y negros y huérfana de casi todo, varias personas permanecían hieráticas esperando al cliente, todo en ella parecía un quirófano del lujo. De pronto noté una desagradable presencia en la nuca, cuando me volví comprobé que a mi lado dos tipos altísimos vestidos con trajes grises y gafas oscuras, sin pronunciar palabra, me indicaban que siguiera mi camino, me había distraído mirando cosas que no estaban hechas para mis ojos. Roma.
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