lunes, 17 de diciembre de 2018

LA ESTRATEGIA DE LA SEGUNDA AGUADA



Cuando era un niño con escasos 10 años, mi madre me llevaba a la Residencia Zamacola de Cádiz casi siempre en el vapor para tratarme de una dolencia, aunque en ocasiones viajábamos en los "Cosmes" o en tren. Y precisamente cuando lo hacíamos por ferrocarril, me encantaba de dejar de leer mis libros de Jonathan Swift, Emilio Salgari oJules Verne, y cuando el maquinista del ferrobus paraba en las estaciones de Puerto Real o San Fernando, para mirar con ese irrefrenable entusiasmo y candor que únicamente tienen los niños, a las caras de las personas que subían o bajaban y aquellas que permanecían con sus bultos y maletas en los andenes.
Siempre que llegábamos a un apeadero de Cádiz llamado Segunda Aguada, mi madre miraba sonriendo el cartel que colgaba de la puerta de la estación y me decía:
-Mira Jesumari, ahí está la Segunda Aguada, nos persigue.
-¿Por qué mamá?
Y ella no me contestaba, se volvía a reclinar sobre el asiento del ferrobus y cerraba los ojos con ironía, para inmediatamente después buscar en su bolso el breviario y rezar sus oraciones, era muy religiosa aunque nunca intentó obligarnos a profesar su fe. Se llamaba Rosario, aunque todos hasta su muerte pensábamos que se llamaba Dolores, nacida en Sanlúcar de Barrameda, hija de indianos de Rosario (Santa Fé) y Buenos Aires en Argentina.
Siempre que pasábamos por la Segunda Aguada, tanto en una dirección como otra, mi madre me lo volvía a recordar. Cierto día, pasados algunos años, que yo volvía muy contento de mi cole donde estudiaba interno en Sevilla, mi madre andaba atareada en la cocina preparando el puchero, por cierto con el pescado frito, las dos comidas que antepongo a cualquier otras por muy elaboradas, caras y apetitosas que puedan parecerme. Mi madre cuando me vio llegar con mi maleta de cartón, vino hacía mi y me abrazó. Siempre lloraba cuando esto ocurría. Ella que era una mujer tan guapa y decidida, como un tren en marcha al que nadie podía parar, pero sus ojos no podían evitar transmitirnos sus evidentes celos y gran melancolía patológicos, los mismos que la acompañaron hasta la mañana que nos dejó.
Siempre me desvío en mis relatos. Decía que ese día ella quiso desvelarme sus reiterados comentarios y bromas sobre la Segunda Aguada, así que me mostró la olla a presión de 18 raciones y me dijo.
-Mira Jesumari, como ves estoy preparando el puchero que es la comida que más te gusta a ti y a todos en nuestra casa.
-Sí mamá. -Contesté.
-Pues cuando abra la olla y os sirva el puchero y la pringá estaremos hablando de la primera aguada, mañana añadiré agua porque hago los pucheros con mucho fundamentos y todos sus avíos y será un puchero de segunda aguada y, si sobra algo, añadiremos un poquito más de agua, puntitos, fideos o arroz y ya estaremos en la tercera aguada, exactamente como si saliésemos en el tren, el puchero se prepararía en Cádiz, luego en Segunda Aguada y San Fernando.
Nada como la estrategia vital de una sanluqueña guapa.

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