Ayer, aprovechando que el día era muy soleado busqué zapatillas cómodas, me las puse, le coloqué la correa a nuestro caniche Blackie y salimos a pasear, recorrimos los terrenos vacíos y llenos de matojos del recinto ferial, cruzamos el puente de la variante, bajamos hasta la rotonda de don Juan de Austria, torcimos para el cementerio, giramos de nuevo hasta la barriada Sudamérica y cuando llegamos allí. Me dolían los pies.
Volvimos sobre nuestros pasos hasta el cementerio, atravesamos la plaza de la Esperanza, nos deleitamos mirando la factura arquitectónica de los insignes edificios de José Antonio, bajamos la calle de la Rosa, Cielos, Descalzos, plaza de Peral, Larga, Luna hasta el muelle del vapor sin vapor, desde ahí hasta la plaza de Colón, de la Iglesia, San Juan y allí me encuentro con mi viejo amigo Manolo Morillo, nos saludamos y nuevamente hasta la plaza de Don Juan de Austria. ¡Coño, cómo me dolían los pies!
Subimos carretera de Sanlúcar, el puente, los terrenos del recinto ferial. Los pies los tenía en carne viva, era horroroso y llegamos a casa. No daba crédito a las punzadas que recibía de las plantas cada vez más incisivas.
Decido ducharme y tranquilizarme porque los pies me estaban volviendo majareta. Así pensaba que si mi podóloga que es una chica muy simpática, me ha dicho que tengo bien los pies pero faltos de almohadillado, no tengo solución y eso que he perdido peso y sólo estoy a 3 kilos del ideal, pero los pies me tenían frito.
Esta mañana, cuando decido usar otras zapatillas porque las de ayer me estaban matando, descubro que había metido la plantilla derecha en la zapatilla izquierda y exactamente igual en la otra y había caminado unos 9 kilómetros con las plantillas al revés. ¡Lo que no me pase a mi!
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