Todos andábamos recorriendo las galerías postulándonos para las elecciones monárquicas, mamá lógicamente pretendía consolidarse en reina como Dios manda, papá andaba desganado y optaba por el exilio, la hermana mayor cuya única virtud consistía en no perderse ni una sola corrida de toros, había elegido infanta en la seguridad que no tendría que reinar ¡qué fastidio!
Lo cierto es que yo no tenía nada claro presentarme a las elecciones, estaba satisfecho con mis obligaciones: saludar a la bandera; visitar cuatro cuarteles y algún que otro velatorio de reyes vecinos y poco más. ¿Qué se me había perdido siendo rey? Nada, complicaciones, líos y capulladas. La derechona ofreciéndome día sí y otro también un yate o un submarino con el calor que se pasa en los submarinos, por no hablar de las izquierdas empeñadas en separarse y constituirse estados independientes: ¡qué gilipollas!
Hasta mi sobrino Froilancito del Niño Jesús pretendía ser príncipe con lo gamberro y la poquísima vergüenza que tenía. Lo llevaba claro.
Estaba en esos pensamientos cuando el Chambelán Real me avisó que las urnas estaban preparadas y en breve se procedería a la votación. Me encaminé hacia ella con paso aristocrático saludando al personal del palacio quienes se inclinaban y sonreían. ¿Sonreían por intuir que podría ganar o por el contrario, tenían claro que en aquella monarquía mi papel era secundario por no decir que una puta mierda?
La idea había surgido de un rojo que admiraba la peli Amanece que no es poco y nos había embromado en aquella charada. Comenzó a votar mamá, luego papi y así hasta que todos incluimos nuestros votos en las urnas de plástico verde expropiadas a los catalanistas. Luego vino el recuento, nosotros tomábamos un vermut en el porche y fingíamos que el resultado no nos afectaría.
Al cabo del tiempo, apareció el Presidente del Gobierno que traía lívida la cara, estaba tan preocupado que el pobre rojillo aunque farfullaba no se le entendía nada de lo que decía. Menos mal que mamá -la experiencia es un grado-, le dijo: -¿Qué pasa, ha comenzado la revolución?
-Peor Majestad, mucho peor -, respondió. Tenemos los resultados.
-¿Y qué? No tenemos todo el día, nos esperan en el club de campo para una partida de paddle.
El hombre depositó sobre la mesa los votos sobre una bandeja de plata Meneses y se retiró avergonzado.
Mamá se avalanzó sobre ellos y leyó en voz alta: Reina merde, Rey shit, Príncipe merda, Infanta... ¿Pero si solo hemos votado nosotros, cómo es posible tales comentarios?
Me incorporé del sillón donde estaba recostado y con media sonrisa intervine.
Los nobles no podemos sonreír del todo, dije.
-Hasta nosotros mismos sabemos lo mierda que somos mamá.
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