martes, 25 de noviembre de 2014

DISCURSO VACUO

Compañeros y compañeras, damas y caballeros, trabajadoras y trabajadores, electricistas y electricistos que estáis aquí hoy con nosotros y nosotras, mientras vosotras y vosotros habéis dejados vuestras importantes tareas para asistir a este encuentro, a este mitin, a esta reunión, a esta convocatoria, a este congreso también llamado simposio. No quiero aburriros ni aburrir, tampoco deseo molestar ni molestaros ni que perdamos ni perdáis el tiempo, vuestro tiempo y nuestro tiempo, porque el tiempo es oro, qué digo oro, el tiempo es platino, coltán, radio y rubidio. No podemos ni debemos, ni lo vamos a hacer y no lo haremos, no somos como otros y otras que sí lo hacen y claro, cuando lo están haciendo, nos hacen perder tiempo, mi tiempo y tu tiempo, vuestro tiempo y nuestro tiempo y encima ellos y ellas también pierden el suyo. Pero como me conocéis no me gusta hablar por hablar, charlar por charlar, desatar una tormenta inútil de palabrería y no lo hago, compañeros y compañeras, caballeros y damas, jubiladas y jubilados, abuelas y abuelos, niños y niñas porque os respeto, os aprecio, os tengo cariño, me preocupáis, no deseo nada malo para vosotros y vosotras. Seguid así, porque sois imprescindibles, necesarios, inefables, infatigables, inmaculados e inmaculadas. Cuando os miro, mi corazón estalla en mi pecho, se hace grande, late con fuerza y mis ojos se llenan de satisfacción y amor. Mi alma se eleva entre celestiales cánticos de arcángeles, tronos, serafines y ángeles, porque el músico crea la música para que nosotros y nosotras la saboreemos, la amemos, respetemos, interpretemos y cantemos con o sin instrumentos. Qué bella es la música bella compañeros y compañeras, damas y caballeros, jubiladas y jubilados, niños y niñas, electricistas y electricistos. Gracias, gracias, gracias a todos y a todas, a vosotros y a vosotras...

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