jueves, 6 de noviembre de 2014
MEMORIA CELULAR
Quienes en algún momento tuvimos interés por la palabra y el pensamiento nos hemos llevado un gran chasco al enterarnos que en informática no hay textos sino archivos en códigos binarios, sucesiones de ceros y unos. Qué pensaría Ovidio cuando escribía su Ars Amandi, si hubiese sabido que sus excelsos versos no eran más que archivos binarios o Whalt Whitman cuando componía el Canto a mi mismo en sus Hojas de Hierba.
Si consideramos dioses a ciertas entidades impalpables capaces de modificar el curso de nuestras vidas, la ecología, la economía, las ciencias y la historia, me decantaré -si me permitís-, por las deidades bursátiles del planeta, poco puede hacer el dios pequeñito de una vieja y pobre que reza arrodillada en una apartada ermita, digamos de Capadocia o Las Hurdes contra un dios megalítico, erguido como soberbio obelisco en su torre como el Hong Kong & Shanghai Banking Corporation o el Chase Manhattan Bank. Desplazados los cándidos dioses de nuestra niñez, papi, nene y su afición colombófila, nos sobra la mami, las tías y tíos y otros adláteres, -quienes formaban un bucólico consejo de administración, sentados sobre sus nubecitas en el limbo- sobrarían también los demonios, quienes según nos contaron, eran entes creados a imagen y semejanza de las deidades y así nos encontramos con un dilema, si los dioses son las grandes corporaciones y no actúan precisamente a favor de los humanos sino en la mayoría de las ocasiones en su propio beneficio o en el de los llamados ahorradores, eufemismo que engloba a los inversores o buitres, luego las deidades se han convertido en demonios sin que nos demos cuenta. No hay deidades pero sí hay demonios o las deidades han mutado.
Menos mal que nadie leerá esta columna y por lo tanto tampoco se escandalizarán. De aquellos dioses de la infancia, barbudo uno, melenudo el otro y etéreo y volátil el tercero, sólo quedan los signos en los templos, sin que eso signifique que menosprecio a quienes creen en ellos y tienen mi absoluto respeto porque ejercita su derecho inalienable a la libertad, pero es triste creer en una deidad bondadosa –algo que todos siempre hemos deseado- y que tras ella se encuentra la bolsa de Nueva York y el índice Nikkei. Volvamos a la viejecita que pide en Capadocia para que a su nieto lo llamen de la Seguridad Social para ser operado y al final de la línea wifi, aparezca la mueca de un broker que tras mirar su extracto bancario lo arroja despectivamente a la papelera.
Otro tanto podríamos decir de unos los asuntos que preocupan más a los trabajadores del primer mundo, el paro. Estoy casi seguro que si el sistema dedicase los mismos esfuerzos por reducir el índice de paro, 1 a 4 que a defender los intereses de los ahorradores, el fenómeno del paro nunca se hubiese producido.
Espero que más tarde que temprano, al menos quede algo de mi memoria celular puede que mezclada con la tierra de cualquier maceta de geranios, de modo que si es posible, en otra ocasión pueda seguir explicando lo que pienso de esta sociedad, por si mañana o pasado me abofetea el Alzheimer.
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