—Incendiemos la ciudad —, dijo un terrorista.
—¿Cómo has dicho? —, respondió el otro que lo escuchaba atónito.
—Ha llegado la hora.
—No sé qué decir. Siempre pensé que estaría preparado, pero ahora me tiemblan las piernas.
—Ahora o nunca.
—Sea ahora entonces.
Y ambos se subieron al camión Nissan y tras orar el mantra de la secta jesusista: “Jesusito de vida eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. Tómalo, tuyo es y mío no.”
Arrancaron el poderoso y contaminante motor diésel para tragarse a la ciudad y envolverla en el fuego purificador, mientras las pupilas de los ojos de lo terroristas se salían de sus órbitas.
Casi sin hablar, llegaban a los destinos que tenían señalados con una equis en el mapa, plantaban sus cargas y así de uno a otro de los lugares durante todo el día sin descanso.
Lo que no sabían, es que las fuerzas del orden le seguían los pasos hasta conseguir detenerlos bien entrada la noche, en un operativo que fue transmitido en directo por las principales cadenas de televisión nacionales.
A la primavera siguiente la ciudad comenzó a incendiarse por cien lugares distintos en espectaculares llamaradas, mientras encerrados los peligrosos terroristas jugaban al Tetris en el penal.
-¿Habrán prendido ya las llamas? -, dijo uno de ellos.
-Puse la mecha larga como decía el manual.
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©Jesús María Serrano
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