Una no debería fiarse jamás de personas como ese taxista sinvergüenza y degenerado que me ha traído hasta este aeropuerto inmundo –pensaba Lamarmar. Qué hijo de puta, qué cabronazo. No puedo ni creerme en el lío que me he metido prestando atención a su cháchara de mierda. Y ahora cómo le explico yo al policía imbécil éste, que un salchichón es un salchichón y nada más que un salchichón, fiambre para lonchear y comérselo. Por no hablar de mi amiga Margara, que en mala hora me mandó un correo pidiéndome por favor que le trajese dos salchichones de Mercadona marca ElPOZO. Me veo sumida en una situación kafkiana, estoy aterrorizada, me han acusado de contrabando y estoy en Oriente Medio, aquí ningún occidental corriente vale nada y mucho menos una mujer, esta gente nos desprecia.
Traigan a la detenida que vamos a proceder nuevamente a interrogarla. Supongo que no la habréis permitido que duerma ni tenga silla para sentarse. No señor, en todo momento se ha seguido las pautas que usted ha ordenado señor comisario –respondió su ayudante. Voy a por ella con su permiso. ¡Espere Haruk! Interrumpió el comisario. Mejor piense en algún ardid para que la mujer se derrumbe. Eso impresiona mucho a los occidentales y los ablanda. Rió maléficamente.
Esposadas las manos atrás, Lamarmar Pons fue conducida con un pañuelo en los ojos hasta la parte trasera de un vehículo donde la trasladaron por espacio de unos 15 minutos, por lo incómodo, ella podría asegurar que se trataba de un vehículo militar Land Rover, hasta ser entregado a otras personas que la encerraron en lugar que no podía ver pero que era muy caluroso. Ella no sabía que en realidad no se habían movido del aeropuerto, aunque sí habían preparado la añagaza de subirla al viejo Land Rover del primo de la mujer del comisario. Como las instalaciones aeroportuarias eran ultramodernas y todas ellas estaban provistas de aire acondicionado, al ayudante, muy aficionado al género negro, se le había ocurrido usar un bidón vació de líquido anticongelante para los aviones y arrojar en él un par de pallets de madera para quemarlos, consiguiendo así un calor inmenso que la detenida sufría. Como todo estaba muy limpio, decidieron que el interrogatorio se produjera en todo momento con los ojos vendados, para que no descubriese la marrullería que se le preparaba.
Bien señora, le recuerdo que está usted en una complicada situación. Sepa que al no haberse sellado su pasaporte de entrada en el Líbano, el gobierno de mi país no es responsable de usted en ningún momento, podríamos decir que se encuentra en ese extraño lugar al que los cristianos llaman limbo.
Usted no existe. Dígame nuevamente con qué intenciones ocultaba dos salchichones en su maleta facturada. Y dicho esto miró a su ayudante sonriendo irónicamente. A la pobre Lamarmar no le salía la voz, sudaba copiosamente y las esposas le hacía mucho daño en las muñecas. ¿No va a contestarme señora Pons? Le recuerdo que tenemos mucho tiempo. Dicho esto, ordenó a Haruk que echase más leña al bidón. El calor era agobiante. Pues mire señor policía… -¡Comisario, diríjase a mí como señor Comisario, la policía no es democrática señora y creo que ya lo está comprobando!
Los salchichones me los ha pedido mi prima Margara. –Bien, ya parece que nos está dando los nombres de sus cómplices. Anote Haruk. El teniente Haruk siempre hablaba en hebreo, mientras el comisario lo hacía en inglés o español según le interesara. Margara. ¿Dónde podemos encontrar a Margara? ¿Sabe que para el pueblo hebreo todo alimento que no kosher es una provocación a nuestros ritos que no vamos a tolerar? ¿Creía que nos preocupaba que pudiese introducir sustancias psicotrópicas? Nuestros sofisticados sistemas de detección saltan precisamente en el momento en que las cosas son lo que parecen.
Tras untar con casi 3.000 dólares y 800 libras esterlinas a un par de policías, Ripley supo que Lamarmar se encontraba detenida en algún lugar del país. Así las cosas, se veía obligado a informar a la compañía de la situación y solicitar ayuda del consulado, de otra manera la operación habría fallado.
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