viernes, 17 de febrero de 2017

LA RUBIA

No había pasado tanto frío desde que siendo una niña pasó dos meses en un hospital de la capital y se averió la calefacción. Todo permanecía helado aunque la gente hacía como que si no estuvieran sufriéndolo, los chavales salían de los portales de sus edificios y se dirigían a sus escuelas e institutos como si no pasase nada. De vez en cuando, al llegar a los pasos de peatones y esperar el color verde se les escapaba una miradita de reojo a los termómetros instalados en ciertas esquinas, tras verlos movían la cabeza y pisaban fuerte la acera y es que -19º acojonan a los más valientes. Parece que se suele esparcir sal para evitar las placas de hielo y esos temibles resbalones. La ciudad habíase reconstruído completamente tras la tragedia de la II Guerra Mundial, no quedaban casi edificios anteriores al encontrarse entre Rusia y Polonia. El índice de lectores era bastante alto. La muchacha rubia con sus katiuskas de borrego de rebaja del Corte Inglés que se quedó sin clases en la universidad por haberla cerrado el presidente del país, había vuelto y observaba donde se había criado no reconociéndose ya en ella, pensando en lo que había dejado muy lejos y contando los días para volver, aunque de vez en cuando, muy de tarde en tarde reconocía alguna cara y saludaba sonriendo. Le gustaba los dibujos animados de Piolín, Sexo en New York y se sentía orgullosa de tener completa la serie The Big Bang Theory, incluso convenció a su padrino para que le pusiese Sheldom Cooper al gatito negro y asustado que trajo Pedro. Miraba la foto del gatito como iba creciendo y se le iba erizando algunas canas en su lomo negro. Su padre cuando no se iba a pescar procuraba hacer reparaciones y mejoras en el piso familiar, ya casi todo se había sustituido para hacerlo más acogedor, más moderno y habitable y a pesar de ello, la rubia cuando se acercaba a la ventana y pensaba en el terrible frío exterior del que nadie procuraba hablar, buscaba su teléfono y tecleaba mensajes de Whatsapps. Allí estaba toda su familia, padres, abuela y tía pero seguía mirando a través de la ventana y buscando excusas para limpiar algo. Su corazón estaba a miles de kilómetros de aquella gélida ciudad donde nació, se debatía entre el cariño que tenía a su familia y el amor a un joven que encontró en el aeropuerto de Frankfurt durante una escala entre aviones. A pocos kilómetros los enormes montones de sales de potasio constituían la gran industria de aquella fría urbe. Soligorsk, Bielorrusia.

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