lunes, 2 de octubre de 2017
SOLDADITOS DE PLOMO
Cuando miro estos soldaditos de plomo mi memoria pega un triple salto mortal hacia atrás (como la mejor trapecista), para recordar una experiencia única que vivimos en Fuengirola hace algo más de 20 años. Llegamos para saludar a una pareja de profesores y volar, al día siguiente desde Málaga a Melilla con destino final en Nador, Uxda, Orán y Fez. Nos recibió ella -espléndida como siempre-, los ojos le brillaban, estaba exultante y nos invitó a unas copas por la ciudad tras dejar el equipaje en el recibidor. Ya tarde, cuando volvimos y abrió la puerta, nos encontramos que todo el piso estaba ocupado por batallas de soldaditos de plomo, todo, bueno, eso no es verdad, quedaba un mínimo espacio entre la mesita de café y el televisor Sony, donde tenían un cartón grande con cochecitos fabricados por ellos y jugaban lanzando los dados, para dormir, habían preparado un artilugio que elevaba un tablero con una batalla hasta el techo, permitiendo dormir en la cama de invitados. No dábamos crédito a lo que entonces vimos y todavía hoy al recordarlo debo hacer un esfuerzo para narrarlo. Sí, comprendo perfectamente a Julio Malo, el poder de atracción que ejercen los soldaditos de plomo sobre los humanos es tal, que puede compararse a la saudade de los portugueses no conoce límites.
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