El Duque Don Aureliano Torquemada y Zarzamora era un ser de lo más excéntrico, vivía a la altura del impar 10.021 de su calle de Beato Alfonsino. Don Aureliano estaba enamorado perdidamente de su esposa doña Entrelazada Ricamora y Ricosprados.
Don Aureliano y doña Entrelazada se amaban con gran dulzura, era tal el dulzor de sus amores que se pasaban uno a la otra y ésta lo devolvía, el azucarero de cerámica Ming auténtico donde previamente se había volcado el café descafeinado, siempre entre las las 6 hasta las 6 y media en punto, que es la hora de tomar café para los excéntricos.
Don Aureliano había estudiado veterinaria en Madrid y sólo había tardado 19 años para obtener su licenciatura, pero como era rico ello no le preocupaba lo más mínimo.
Doña Entrelazada de profesión sus labores, era una mujer cuyo objetivo en la vida era superar los tres quintales de peso, empeño que aprobaba y alentaba diariamente su esposo, que la mimaba con todo su empeño y cariño.
Don Aureliano tenía un ducado, un ducado de oro y también fumaba Ducados, porque decía que los hombres debe perseguir un ideal, siempre andaba canturreando la opereta del Sueño Imposible. Como los ducados no resuelven la vida, atesoraba un buen número de acciones del Banco de Santander y del Chase Manhattan Bank.
"...Amar la pureza sin par
buscar la verdad del error
vivir con los brazos abiertos
creer en un mundo mejor
buscar la verdad del error
vivir con los brazos abiertos
creer en un mundo mejor
Es mi ideal
la estrella alcanzar
no importa cuan lejos
se pueda encontrar
luchar por el bien
sin dudar ni temer
y dispuesto al infierno llegar
si lo dicta el deber..."
la estrella alcanzar
no importa cuan lejos
se pueda encontrar
luchar por el bien
sin dudar ni temer
y dispuesto al infierno llegar
si lo dicta el deber..."
Doña Entrelazada posiblemente no debería haber cumplido más allá de los 38 años y su peso le impedía ya moverse de la cama, aunque su cara y su cariño por su marido eran inmarcesibles. Religiosa y rica, decidió contratar, tras la oportuna petición al Obispo de su diócesis, que siempre hubiese al menos un par de monjas orando por su alma vida, para conseguir un lugar preferente y cercano al Señor en el cielo, resolviendo así de un plumazo el desagrado que le produciría permanecer durante toda la eternidad verse rodeada de santos pobres y menesterosos.
Don Aureliano perseguía un ideal que no comunicaba a nadie, quería engordarla hasta el límite máximo posible y cuando esto ocurriese comérsela, cumpliendo así el deseo de todos los enamorados. Así todas las tardes don Aureliano le leía tebeos de hadas y le ponía el canal RTVE para que viese los culebrones. Ella le sonreía absolutamente encantada para decirle.
-Que bueno eres, no hay mujer más dichosa que yo, haré todo lo que quieras, eres mi duque amado.
-Entrelazada, rica mía, ya falta poquito para que te coma.
-Eso, eso, cómeme, cómeme Aureliano.
-Entrelazada, rica mía, ya falta poquito para que te coma.
-Eso, eso, cómeme, cómeme Aureliano.
Las cosas del Duque.