Nuestros hijos no se merecen que les dejemos un planeta deforestado, una economía que los condene a la precariedad y la desregulación laboral, tampoco se merecen que no hayamos tomado medidas para resolver los graves impactos del cambio climático, el adelgazamiento del estado social –hay quienes lo llaman del bienestar- o la indefensión ante el brazo férreo de las grandes corporaciones que imponen sus criterios. Es urgente que la sociedad reflexione y obligue a los poderes públicos y las entidades económicas mundiales, culpables de la hecatombe planetaria, a corregir los errores y perfeccionar las relaciones sociales y económicas de todos y cada uno de los ciudadanos del planeta Tierra.
No me olvido de la pandemia que estamos sufriendo, provocada probablemente por la tensión que el neoliberalismo económico ejerce sobre el medio ambiente engulléndolo, transmitiendo enfermedades que estaban confinadas en los animales y ahora circulan entre nosotros.
Es hora de actuar, cambiar y mejorar nuestro sistema de vida, acabar con la corrupción, apoyar la investigación, trabajar para que sea el planeta y todos sus habitantes, incluidos los animales, objeto de mimo y cuidados, de no ser así estaríamos condenados a seguir sufriendo pandemias una tras otra hasta la destrucción total de lo que conocemos como vida inteligente, de nosotros y únicamente nosotros depende que ello no ocurra.
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