lunes, 24 de octubre de 2022

MICRORRELATO

-Vivo en el metatarso.
-¿Será el metaverso?
-¿Ah, pero no lo es mismo?

viernes, 21 de octubre de 2022

ELEGÍA A CARMELO CIRIA


Te recuerdo engrasando la máquina offset en la calle Santo Domingo con tu bata azul y la enorme cizalla de cortar papel me imponía. Imprimías por entonces Ritmos bravíos de nuestro común amigo Ignacio Rosso. Frente a la misma vivía Josemi que se acercaba a la puerta de la imprenta sonriendo y recostado en la jamba, fumando, mientras nos acunaba el vaivén del volante, las tintas, el olor del papel y el ruido de las motos.
Habíamos conseguido que José Luis Tejada, nuestro querido José Luis lo prologase y nos bebíamos los volcanes y desayunábamos las guerras que perdimos, las mismas que seguimos perdiendo.
Te has ido, qué triste es la noche cuando no se navega por las azoteas o el levante se agacha como un gatito.
Te has ido y te has llevado compañero al joven cabizbajo que mirará ya siempre el brasero y la perdiz en su jaula.
Te has ido y hoy harán huelga los caracoles, negándose a bajar por las cascadas de las ilustraciones de los libros.
Te has ido compañero pero no te apartarán jamás de mi corazón, no te preocupes porque yo tomaré tu micrófono para cantarte hoy Pregueró, Il cuore e uno zíngaro y Arrivederci Roma.

jueves, 6 de octubre de 2022

PAPELÓN DE CHURROS


Dedicado a mi amigo Paco (Francisco Delgado Márquez) que con su guitarra me defiende de los churriantipáticos.
Esta mañana hemos desayunado en Los Pepes un papelón de churros que ha comprado mi mujer en el despacho de Charo en la plaza de Abastos, estaban riquísimos aunque habitualmente los compro del kiosko de La Belleza, que es mi zona y los hace un nieto suyo que todavía me gustan más, reconoced que vivir en la La Belleza es todo un grado.
Los churros son una tradición culinaria que trasciende lo local, mi madre añoraba los de su Sanlúcar de Barrameda, si bien se moría por los del segundo puesto de la plaza de Cádiz y los degustábamos en el café Merodio. Mi mujer y yo, por las tardes mientras mi hijo asistía al Conservatorio de Cádiz donde estubiaba piano clásico, los comíamos en la cafetería La Marina y si íbamos a Jerez en La Vega, también exquisitos, por supuesto los hemos comido en Rota, Chipiona, Ubrique, Barbate, Tarifa y La Línea, nunca en Algeciras, sí en Fuengirola, Granada, Sevilla, Murcia, Palma del Río, Lora de Río, Carmona, Córdoba donde creo los llaman jeringos y en Sevilla tejeringos. En Madrid no hemos encontrado churros aunque porras sí, que no nos gustan tanto, sin embargo, en Barcelona hay dos sitios de gran calidad: el primero entre el Arco del Triunfo y el Parque de La Ciudadela y el otro, todavía mejor, al final de la calle Valencia esquina puente Bach de Roda. Nos sorprendió encontrar churros en Amberes (Bélgica), que lo hacen unos cordobeses y no le envidian nada a los mejores nuestros. A los belgas les encanta los churros que se preparan en un remolque de una pareja de la provincia de Córdoba, que llevan más de 30 años vendiéndolos allí, instalado frente a magnífica catedral de la ciudad de una belleza indescriptible.
Todo esto para decir que es temerario decir que los churros de este o de aquel son los mejores sin probarlos todos. Para quienes vivimos en El Puerto los nuestros son riquísimos, aunque no podemos decir que son los mejores aunque quizás lo sean, pero para establecer esa jerarquía se debe hacer con conocedores de la técnica independientes, algo que tampoco es necesario. Por cierto un grupo de talibanes del churro ayer me pusieron de vuelta y media por las redes sociales, menos mal que uno tiene ya la espalda curtida de tales energúmenos churriantipáticos.
Bueno, os tengo que dejar, se me están enfriando los churros y el descafeinado americano. Hasta otra con churros o sin ellos.

ELECCIONES EN PALACIO


Todos andábamos recorriendo las galerías postulándonos para las elecciones monárquicas, mamá lógicamente pretendía consolidarse en reina como Dios manda, papá andaba desganado y optaba por el exilio, la hermana mayor cuya única virtud consistía en no perderse ni una sola corrida de toros, había elegido infanta en la seguridad que no tendría que reinar ¡qué fastidio!
Lo cierto es que yo no tenía nada claro presentarme a las elecciones, estaba satisfecho con mis obligaciones: saludar a la bandera; visitar cuatro cuarteles y algún que otro velatorio de reyes vecinos y poco más. ¿Qué se me había perdido siendo rey? Nada, complicaciones, líos y capulladas. La derechona ofreciéndome día sí y otro también un yate o un submarino con el calor que se pasa en los submarinos, por no hablar de las izquierdas empeñadas en separarse y constituirse estados independientes: ¡qué gilipollas!
Hasta mi sobrino Froilancito del Niño Jesús pretendía ser príncipe con lo gamberro y la poquísima vergüenza que tenía. Lo llevaba claro.
Estaba en esos pensamientos cuando el Chambelán Real me avisó que las urnas estaban preparadas y en breve se procedería a la votación. Me encaminé hacia ella con paso aristocrático saludando al personal del palacio quienes se inclinaban y sonreían. ¿Sonreían por intuir que podría ganar o por el contrario, tenían claro que en aquella monarquía mi papel era secundario por no decir que una puta mierda?
La idea había surgido de un rojo que admiraba la peli Amanece que no es poco y nos había embromado en aquella charada. Comenzó a votar mamá, luego papi y así hasta que todos incluimos nuestros votos en las urnas de plástico verde expropiadas a los catalanistas. Luego vino el recuento, nosotros tomábamos un vermut en el porche y fingíamos que el resultado no nos afectaría.
Al cabo del tiempo, apareció el Presidente del Gobierno que traía lívida la cara, estaba tan preocupado que el pobre rojillo aunque farfullaba no se le entendía nada de lo que decía. Menos mal que mamá -la experiencia es un grado-, le dijo: -¿Qué pasa, ha comenzado la revolución?
-Peor Majestad, mucho peor -, respondió. Tenemos los resultados.
-¿Y qué? No tenemos todo el día, nos esperan en el club de campo para una partida de paddle.
El hombre depositó sobre la mesa los votos sobre una bandeja de plata Meneses y se retiró avergonzado.
Mamá se avalanzó sobre ellos y leyó en voz alta: Reina merde, Rey shit, Príncipe merda, Infanta... ¿Pero si solo hemos votado nosotros, cómo es posible tales comentarios?
Me incorporé del sillón donde estaba recostado y con media sonrisa intervine.
Los nobles no podemos sonreír del todo, dije.
-Hasta nosotros mismos sabemos lo mierda que somos mamá.
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LOS AVISOS



Las gaviotas se habían estado acercando al descampado junto al campo de golf lleno de matojos, abandonado tras la quiebra del consejero corrupto y su socio el abogado laboralista, primero sobrevolaban lentamente como desconfiadas, a pequeña altura y adquiriendo certezas de seguridad y tras ello posándose entre las calles solitarias de lo que en algunos momentos puntuales se usaba como recinto ferial.
Las gaviotas parecían asustadas, se habían alejado bastante de sus solitarias playas para adentrarse en extraños descampados, lugares yermos, se agrupaban y croaban. Puede que supiesen de avisos y presagios que a los humanos se nos niegan.
Pasó alguien sobre una bicicleta. El cielo se fue tornando plomizo y cierto escalofrío se notaba en el aire, lejos se apreciaban los frenazos de la autopista.
No tenía claro si me cogía mejor volver o buscar donde guarecerme, porque era evidente de que iba a caer una buena. ¿Una buena pensé? Pero si estamos en la peor sequía de los últimos cuarenta o cincuenta años. No puede ser, seguro que se trata de un espejismo y las gaviotas me han puesto nervioso, lo hacen desde que Alfred Hitchcock dirigiera Los pájaros, por eso tiemblo y tengo miedo y mi perra me mira solícita para que la lleve en brazos, me han dicho que los perros tienen la facultad de reconocer las catástrofes y procuran guarecerse, se encaman y cierran los ojos porque para ellos estas situaciones resultan horrorosas.
Comienza a caer cuatro gotas, subo en brazos a mi perra, acelero el paso hacia la caseta municipal aunque sé que está cerrada, aprieta el aguacero, aunque lo intento la edad caminar me impide correr y el corazón se me acelera, seguimos acercándonos a la caseta, aunque en realidad solo es a los muros puesto que carece de techo, procuraré guarecerme en alguna de sus sucias fachadas según llueva, algo es algo.
De pronto un rayo iluminó todo y tras él un gran estruendo, la perra aullaba y de mis ojos caían las lágrimas.
Una parte de mi cerebro me decía que no tenía ninguna razón objetiva para asustarme, estar mojado lo único que podría provocarme era enfriamiento y para eso tenían medicamentos los médicos. Seguía lloviendo, nuevos rayos y truenos, toda una cortina de agua que a duras penas salvaba apretado contra la fachada norte de la caseta de feria cerrada y de pronto, dejó de llover. Descansé y respiré. Pobre de mí ya que era el preludio de una granizada, al principio menuda, de menos de un centímetro, que fue cubriendo las calles desiertas y los espacios dedicados a las atracciones, resultaba bonito, me recordaba a los papeles metálicos que colocan los niños en sus Belenes para que parezca que está nevado. No me moví de mi improvisado refugio de la fachada donde aunque me mojaba, al menos el viento no podía jugar conmigo como partía las ramas de aquellos esqueléticos árboles que tenía enfrente. Siguió el pedrisco y aumentando de tamaño, me pareció que alguien en los cielos descargaba paladas de hielo cada vez más grandes y con mayor virulencia...
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-¿Qué le ocurre, cómo está? -, preguntó una chavalilla que llevaba un casco amarillo.
-¿Cómo, qué pasa?
-Hemos tenido la peor granizada en años y le he visto en el suelo protegiendo a su perra.
-¡Mi perra, dónde está mi perra!
-La tengo yo, no se preocupe, está bien. Todo ha acabado, lamentablemente han habido víctimas, pertenezco a Protección Civil y al verle he parado para auxiliarlo.
-Debí haberme dado cuenta antes por las gaviotas que parecían asustadas, pero los viejos somos tardos en responder a los avisos. Gracias por ayudarme en cuanto me pueda levantar volveremos a casa.
-No, no debe moverse, ha recibido muchos golpes de granizo en la cabeza, estamos esperando la ambulancia, no hable por favor. Espere.
Las gaviotas permanecían juntas como pavos y ninguna de ellas croaba, cada vez se reunían más en el descampado cuando me recogieron y subieron a la ambulancia.
-¿Qué hacemos con el perro? -, dijo el conductor.
-Déjamela, tengo la dirección de su mujer. Tira palante y rápido, ha tenido suerte que le haya tocado una médico y no una auxiliar como es lo habitual.
El furgón arrancó y perdí en sentido.
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