Rompían mansamente las olas sobre el malecón. La farola estaba apagada. Winston Fernández encarnaba su anzuelo con tiritas de la piel del pollo que su suegra había guisado ayer con fríjoles. Sabía que no era muy buena carnada pero no tenía otra y la expectativa de tirarse toda la noche acalorado en su cuarto no le apetecía.
El malecón de La Habana se iba poblando de parejas. A pocos metros suyos dos homosexuales preparaban apresuradamente una balsa con dos cámaras de una guagua, tableros y cuerdas. De ven en cuando, lo miraban por si aparecía por allí alguien de la Comisaría. Winston no les prestaba la menor atención. Tras de sí, una oxidada escultura del Che también le miraba la nuca. Ya hacía tiempo que nadie reparaba en quienes pretendían fugarse de la isla. Miami no les aceptaba.
-¿Pican? Preguntó una jinetera mulata. Él se volvió y la miró. Winston nunca miraba a las jineteras de arriba hacia abajo como se dice coloquialmente, sino que se quedaba con los ojos muy fijos en sus culos. No estaba mal, pensó, para inmediatamente responderle.
-La primera has sido tú compañera. Pero no se presenta mal la noche. ¿Trabajas también hoy?
-Todo por la revolución. Por cierto qué pones hoy de carnada.
-Piel de pollo que guisó la vieja. Contestaba esto, mientras lanzaba al hueco oscuro del agua, únicamente iluminado de vez en cuando por el haz de luz del faro.
-Comemieldas. Dijo la jinetera, sentándose cerca de él y buscando en su bolso una caja de cerillas. Sacó dos cigarros y ofreció uno a Winston quien tras mirarlo, girarlo, palparlo convenientemente y luego olerlo, lo acercó a las manos de ella, para que lo prendiese.
-Muy bueno compañera, muy bueno. Un buen cigarro, el fresco de la noche, la farola apagada y el rumor de las olas. ¿Se puede pedir más?
-Yo únicamente ofrezco calidad, se los cambié a uno de Barcelona que vino aquí la semana pasada. Los compré en la Cooperativa de Cigarreras cerca del El Vedado pero el tipo me los regaló. Era buena persona, los cigarros y 40 dólares.
-La guita la habrás guardado supongo. Preguntó Winston.
-Cambié el dinero a pesos cubanos y he cambiado la fresquera. Me sobró algo e invité a dos amigas a un helado en La Habana Vieja, también nos tomamos un café.
-A eso le llamo yo una inversión de futuro Hemilce, toda una inversión de futuro.
Y en eso llegó Fidel.
1 comentario:
Hace ya 50 años... y la revolución sigue "pendiente" , en este caso, de un hilo de pescar....
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