Cuando hablamos de coleccionismo, se nos viene a la mente quienes coleccionan monedas, sellos o vitolas de puros, quienes a sí mismos se denominan respectivamente: numismáticos, filatélicos o vitofílicos. ¿Pero cómo denominamos a los coleccionistas de chapas de cervezas Cruzcampo, qué hacemos con ellos? ¿Se preocupa la Real Academia de la Lengua de estos esforzados investigadores? ¿Es justo que ellos no tengan un museo, una plaza o una calle?
Y no hablemos de quienes coleccionan ladrillos huecos tan útiles para la sociedad.
El coleccionismo es absolutamente necesario para llegar a conocer al ser humano, sin esta actividad lúdico-investigadora, los antropólogos no tendrían razón de existir. Hay quien piensa que cuando se encuentra un hallazgo arqueológico, se debe al tesón de éstos, a sus estudios o habilidad para detectar los rasgos diferenciadores de un lugar para excavar. No voy a negarlo, pero sí explicaré un secreto que estos nunca han desvelado éstos en rigurosa primicia.
¿Nadie ha pensado que cuando se descubre un yacimiento se encuentre siempre monedas, recipientes cerámicos, objetos metálicos y en ocasiones incluso cereales que inexplicablemente han permanecido durante milenios? La respuesta es bien sencilla, ese yacimiento no es otra cosa que el lugar donde un antecesor nuestro, en su afán de crear empleo, se llevó toda su vida haciendo acopio de esos materiales y los reunió en un lugar relativamente pequeño, para hacerle grata la vida a los arqueólogos y a los coleccionistas, podríamos decir sin miedo a equivocarnos, que ya era precursor del coleccionismo, sin embargo, por esas veleidades del destino nadie reivindica su esfuerzo: una lástima.
Yo también colecciono cosas pero intangibles como pueden ser horas, minutos y segundos. Los microsegundos nos lo colecciono porque pasan muy rápido y soy torpe contando. ¿Me pregunto debería si llamarme relojerista o suizo?
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