La sargento Sullivan frenó suavemente y aparcó en la acera contraria a la dirección facilitada por el Precinto. Buscó en la guantera sus gafas de espejos y se las puso. Abrió la puerta y miró hacia ambos lados de la calle, todo parecía normal excepto porque no veía a nadie y eso pasadas las 11 de la noche en San Antonio Lane era muy extraño. Me indicó que sacase las armas automáticas del maletero y me pusiese el chaleco antibalas, eso me preocupó.
Anduvimos por los alrededores de 341 y comprobamos que decenas de ojos nos miraban tras las ventanas, casi todas ellas con las luces apagadas. Hudson me dijo: -Ándate con cuidado, no pretendas hacerte el héroe, al menor ruido tírate al suelo y cúbrete. Instantes después una lluvia de balas salidas de repetidoras nos acribillaba.
Nunca he sudado más que ese día, sentía la tibia humedad bajándome por las piernas a la par que la garganta se me iba secando. La mancha de orina sobre el uniforme azul se hacía visible. Desde una ventana del tercer piso de la acera contraria tres negros bebiendo cerveza nos señalaban ostentosamente. Recordé que estaba en L.A. También las palabras de los instructores en la Academia cuando nos decían: -Un patrullero en un barrio de negros se convierte demasiadas veces en una diana.
-Sargento, Sargento ¿Dónde esta usted?
-Cállate. Contestó con voz casi inaudible, luego reptó con gran dificultad hasta mi. Miró mis pantalones y no dijo nada. Arrojó su paquete de Lucky Strike hacia la calle y nuevamente las repetidoras comenzaron a bramar.
-Sargento estoy avergonzado, no he podido evitarlo.
-Me lo temía. Dijo encendiendo el cigarrillo que previamente había cogido.
-Estamos en una trampa ¿funciona tu radio?
-¡Maldita sea! Dije. Mi primer día patrullando con usted y que me pase esto.
Sullivan dándole una bocanada a su Lucky dijo: -Más vale patrullero meado que patrullero muerto. Llama al Precinto y avisa para que corten la calle pero que no pase ningún policía, estamos en un matadero. Y así lo hice.
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